16.04.19. Empatía

Su nombre es Karla, y nos encontrábamos en el patio trasero de la casa de mi abuela durante una reunión familiar. Lucía terrible. Como si un ser querido la hubiese dejado en los confines públicos de una gran sociedad urbana. En ese momento éramos mi chico, ella y yo.

Me postré frente a ella y le limpié las lágrimas que escurrían sobre sus mejillas. Llena de dolor y un semblante gris que emanaba de su alma, parecía emitir una vibra apagada y opaca. Mientras le acariciaba su rostro llegó él, mi chico, y él enfurecido me empujó e hizo a un lado. Comenzó a acariciarla y se sintió reconfortada, diciendo que solo quería paz, un mundo sin peleas que no provinieran de ningún lado.
Ella se acostó sobre una manta color rojo, sucia y algo desgastada. Cuando la abrazábamos comenzó a volver su estomago. En ese momento mi chico solo observaba y ella cesó quedando débil y recostada en posición fetal sobre la manta, como si tratarse de un bebé abandonado. Parecía que no había nadie para socorrerla ni siquiera su familia, tampoco un amigo de calidad. Ella quedó en el olvido, hasta ese entonces.

Creyendo yo que solo era un sueño, y que la vida real pudiera ser más o menos cruel, me encuentro aquí escribiendo.


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